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Editorial
¿Más
caro que el oro?
Hablando
de oro, de oro puro, en el mercado internacional una onza Troy cuesta
alrededor de $32.000. Una onza Troy es equivalente a 31,1 gramos. En
números redondos entonces, 31.100 miligramos de oro cuestan
$32.000, o lo que es lo mismo: un miligramo de oro puro cuesta un
peso (más exactamente $1.03).
Paralelamente, un miligramo
del antibiótico vancomicina le cuesta al público $177;
un miligramo del antihipertensivo captopril $28; un miligramo del
antimicótico fluconazol $213; la décima parte de un
miligramo (0,1 miligramo) de betametildigoxina cuesta $1.480, es
decir que un miligramo, para poner todo en los mismos términos,
cuesta $14.800. Se da por entendido que el comprador no puede
adquirir ningún producto fraccionado, debe hacerlo, por
supuesto, en la presentación comercial.
Claro que estamos
hablando de dos temas distintos: el oro y los medicamentos, entonces
esta información, por supuesto es sólo de referencia.
Sin embargo, nos da mucho que pensar.
Entre paréntesis
proponemos usar el término medicamentos en vez de la palabra
drogas, para evitar malos entendidos y darle más altura al
trato.
Dentro de los productos de consumo general, no hay ningún
otro que logre, como los medicamentos, por la razón o por la
fuerza, tanta fidelidad. No existen alimentos, bebidas o cualquier
otro producto, que tenga clientes cautivos por tanto tiempo. El
ejemplo más elemental y el que encabeza la lista de los más
vendidos, es decir, aquella donde están los que más se
consumen, contrario a lo que podría pensarse no son los
analgésicos, sino los antihipertensivos que capturan el
cliente por razón de la enfermedad y por el control familiar,
“ad eternum”.
Desde otro punto de vista puede
afirmarse que en los medicamentos la inversión en
investigación y desarrollo da varias veces la vuelta por la
registradora de la industria, durante la vida de un paciente. Y esto
es fácil de explicar, pues de un lado la magnitud del problema
es impresionante. Se estima que en América las defunciones por
enfermedad cardiovascular hasta el año 2020 serán un
50% del total de las defunciones por enfermedades no trasmisibles. Y
de otro lado también es verdad que los precios son
exorbitantes.
El mercado de medicamentos tiene un tamaño
realmente interesante, el dinero que maneja no es despreciable y las
influencias a nivel internacional no son pequeñas, según
lo han afirmado algunas revistas y periódicos estadounidenses.
La industria farmacéutica mueve miles de millones de
dólares en el mundo entero, a tal punto que se afirma que
mueve más dinero en publicidad y mercadeo que en la misma
investigación e innovación, y advirtiendo que cuenta
con los laboratorios de investigación más desarrollados
y costosos que los de cualquier país, es decir, en esto, la
industria es más grande que los países.
Sólo
en Colombia el consumo per cápita en medicamentos es del orden
de US$34, lo cual está, por lo menos, US$10 por encima de lo
presupuestado para este rubro en la UPC (Unidad de Pago por
Capitación).
En el tema de los medicamentos subyacen otras
muchas facetas. Son verdaderos problemas tanto la automedicación
como la formulación por personas no autorizadas, y en la
solución de ellos debemos concurrir todos, partiendo desde
productores, distribuidores, organismos de control y por supuesto, la
comunidad que debe ser conducida y educada.
Por esto y por mucho
más, vemos con mucho interés la propuesta de la
Política Farmacéutica Nacional del Ministerio de la
Protección Social en el sentido de “asegurar acceso de
toda la población a medicamentos esenciales, de calidad
asegurada y que sean correctamente utilizados”. En este campo
hay mucho por hacer y es necesario hacerlo.
Está claro para
todos, incluida la misma industria, que faltan medidas de control y
también falta aplicar las existentes para dar un buen uso a
los medicamentos. A modo de ejemplo y para reforzar lo anterior, lo
que está sucediendo con los antibióticos es grave; la
resistencia desarrollada por los gérmenes por el mal uso de
estos medicamentos amenaza dejar sin reservas terapéuticas el
arsenal médico para atacar los casos que requieren de una
especificidad alta de estos productos. También es delicado el
mal uso de sedantes, analgésicos y de hasta antigripales; eso
lo sabemos todos.
También se requiere control, pues las
presentaciones y la combinación de compuestos tienen
frecuentemente más de comercial que de real espíritu
terapéutico.
Adicionalmente, de manera inexplicable se
consigue cualquier producto en cualquier parte sin mayor esfuerzo y
esto conlleva un peligro grave para la salud y aún para la
vida de la gente.
Los productores y procesadores tienen que
garantizar la biodisponibilidad y la bioequivalencia de sus
productos, y ofrecer al cuerpo médico, para que este pueda
proceder con toda confianza, las pruebas de eficacia terapéutica.
Todo esto exige buena fe, por supuesto, pero también se
requiere tener unos organismos de inspección, vigilancia y
control fuertes y capaces. Igualmente, una articulación
perfecta entre Ministerio de la Protección Social, el Invima y
los demás entes que tienen que ver con el asunto.